Ryan Murphy vuelve a American Crime Story. The Assasination Of Gianni Versace, mostrando que una serie de FX puede llenarnos de episodios banales que concluyen en reivindicación.
Conversación entre dos espectadores antes de ver la serie:
—Ay, ¿viste?, van a hacer una serie de Versace.
—Eso debe ser fama y vestidos bellos noventeros.
—Umjú, y con Ricky Martin… Imagínate, Penélope Cruz hace de Donatella.
—En esa producción lo que hay es inversión. ¿Y Gianni?
—Lo hace un tal Edgar Ramírez.
—Ni idea.
—Ah, y también va a salir el chico este de Glee. Uno que hacía de maricón.
No creo que la selección del casting fuera cosa del azar. Sobre los hombros de Ryan Murphy, creador de la serie American Crime Story, se acumularon muchas expectativas después de la exitosa y premiada primera temporada: The People v. O.J. Simpson. De hecho, la productora decidió hacer un movimiento estratégico, la segunda temporada originalmente sería un cuestionamiento acerca del abandono a las víctimas del huracán Katrina. Pero adelantaron The Assassination of Gianni Versace pensada como la tercera temporada; dejando la producción de Katrina para el 2019. Entonces, con intención de darle más foco, contrataron a una actriz de la talla de Penélope Cruz. Esto permitía hacer una promesa a aquellos fanáticos de la serie: con Donatella tendrán una figura femenina y reivindicativa como la Marcia Clark magistralmente interpretada por Sarah Paulson en la primera temporada. Sería una segunda mujer, ajena a los estereotipos de belleza de los Estados Unidos, que lucharía contra el prejuicio de su sociedad. Sin embargo, esta inusual asociación entre la mujer de la moda y la actriz española ya se había llevado a cabo en el prestigioso y banal mundo de las muñecas Barbie, cuando en los noventa y en el dos mil once, usaron el mismo molde facial de muñeca “Lara” para hacer a Donatella y al personaje que Penélope interpretó en Piratas del Caribe. Curiosamente, una similitud ligada a los estereotipos y los cánones de la mujer en los últimos años.
Listo. Tenemos una figura femenina potente y de una belleza peculiar: a Cruz le pintan el cabello de rubio platinado, le hacen un póster lleno de luces de neón, muy Miami, rodeada de hombres musculosos en trajes de baño. Entonces hace creer que la serie será una oda al glamour, al mundo de la moda y el éxito. Y es que, en esta época de lo políticamente correcto, seguro reivindican la figura del homosexual y de la mujer.
Esto de sospechar e intuir le vino muy bien a la serie. El espectador quería saber qué ofrecería Murphy. Tras Penélope, ficharon a Ricky Martin que haría su primer papel “gay”; y ver al talentoso Edgar Ramírez caracterizado era como encontrarse con una vieja foto del diseñador italiano.
Estrenaron entonces el piloto: absorbente, trepidante, estéticamente hecho a la medida de lo que te quieren contar, son 54 minutos de una majestuosidad y cuidado al detalle que te engancha. Las secuencias musicales, casi operáticas, con el mal gusto de los noventa y esos atardeceres/amaneceres tan bellos que ofrece Miami, constantes durante toda la serie. Es la luz, los colores y matices que engañan, que hacen creer que todo lo que pase en aquella ciudad iluminada, es señal de triunfo. Incluso el lado oscuro del alma.
La serie comienza con el plato fuerte. Andrew Cunanan asesina a Gianni Versace frente a su mansión. De esta forma violenta nos enfrentamos al protagonista de la serie: Andrew Cunanan, interpretado de forma hipnótica por Darren Criss, conocido por su personaje en Glee, otra de las exitosas series de Murphy.
Sobreponerse a la sorpresa de que Gianni Versace es solo una excusa en la serie es la primera prueba a la que se enfrente el espectador. La siguiente es que esta Miami de la serie no tiene el vértigo de las drogas y la fiesta. Y la tercera, que no se trata de una serie sólo sobre gays. Al aceptarlo, le esperan nueve episodios donde hay muy poco glamour; y más bien una atmósfera sofocante, sosegada, donde se resalta el fracaso, la miseria, y una reflexión alrededor de los crímenes, la desafiante vida de sus víctimas e incluso la infancia de Cunanan, o el sueño americano que no logró cumplir su padre y él heredó.
Conversación entre dos espectadores viendo la serie:
—¿Y Penélope qué?
—Aparece que si en tres capítulos. Es todo del mariquita ese…
—Porque tampoco sale Versace. ¿Para que llamaron así la serie sino tiene nada de él?
—Marketing, mi amor.
Cuando nació la idea de American Crime Story, Murphy tenía la intención de hacer un cuestionamiento profundo de la sociedad estadounidense. Entender que los crímenes más sonados de su historia, al menos estructuralmente, tienen que ver también con la forma en que Estados Unidos entiende a sus habitantes. Esto, irónicamente, no genera empatía con el criminal. Por el contrario, hay algo interesante en esta serie, y es que a diferencia de lo que viene ocurriendo en la televisión desde hace muchos años, no sentimos empatía por el villano. Es decir, todos queremos justicia, nos cae pesado, nos da miedo. No queremos ser como Cunanan ni lamentamos nada de lo que le ocurre.
Este logro es de Tom Rob Smith, su guionista, quien construye a partir del libro Vulgar Favors de la periodista Maureen Orth una sólida estructura. Nos guía hacia atrás en la ejecución de cada uno de los crímenes de Andrew. En cada episodio ahondamos no sólo en los motivos aparentemente irracionales de Cunanan, sino que descubrimos a una sociedad ambiciosa, aparente y superficial. Andrew no quiere ser invisible, quiere sobreponerse a su pobreza espiritual y elevarse a algo poderoso, a un Versace.
Esta estructura nos invita a conocer un poco más a Andrew, pero también a cuatro de las cinco víctimas que se le adjudican. Obviamente Versace, pero también a Jeff Trail, un joven ex oficial de la Marina; David Madsen, un discreto arquitecto emprendedor; y a Lee Miglin, un hombre casado y adinerado, reconocido por su altruismo. Pero también se resalta la presencia de tres mujeres: Donatella; Marylin, la esposa de Lee; Liz Coté, la amiga de Andrew y Mary Ann, la madre de Cunanan. Cada uno de ellos representa, de forma distinta, ciertos ideales de la sociedad estadounidense: emprendedores, exitosos, dedicados a la nación, amas de casa, millonarios de cuna, profesionales, burgueses.
Aparte del formato, encontramos una sorprendente interpretación por parte de Darren Criss (digna de muchos premios); quien logra mantener la calidad de toda la serie, de encarar los matices de la personalidad de un asesino. Es encantador, educado, guapo, capaz de conquistar a base de cerebro y opulencia, pero dejándonos claro es un hombre desequilibrado y narcisista. Nos perturba en todo momento. Gigolo, dispuesto a estar con hombres mayores a cambio de dinero. Y no es relevante si Antonio D’Amico, ex amante de Versace interpretado de forma irregular por Ricky Martin, tiene razón y el diseñador nunca coincidió con Andrew antes del asesinato como lo afirma la serie. No es relevante porque queda clara la intención de la ficción: Versace representa lo que Cunanan anhela ser; y eliminarlo lo posiciona en el inconsciente de la sociedad al mismo nivel de Versace. El mundo lo recordará, aunque sea como uno de los criminales más buscados del FBI.
Esto lleva a una reflexión importante: ¿su personaje simplemente era invisible por su incapacidad al éxito, por criminal o por homosexual? Y es aquí donde radica el mayor logro de la serie. Profundizar en la homofobia que gravita en el inconsciente colectivo. Él no es un “maricón” o un “mariquita”; esas ofensas no se deben permitir tampoco en este caso sólo porque era un asesino. Y es que él no era solamente homosexual ni un criminal. Él era una persona de origen mitad filipino y mitad italiano, con talento en el diseño de interiores, que intentaba hacerse un lugar en el sueño americano, tal como lo intentaba su padre: Modesto, un estafador capaz de engañar a su propia familia con tal de ser “alguien” y tener una posición en la sociedad. Fue un niño discreto y consentido, un adolescente recordado y querido por su instituto, que luego se perdió en el camino. Lo mismo ocurre en el reflejo de sus víctimas, todos emprendedores, luchadores, con familias y anhelos. Sin embargo, la conclusión es que se trata de una serie “gay”.
¿Por qué, a pocas semanas de acabar la serie, una de las noticias que rondan en internet, es que la actriz Lisa Kudrow, Phoebe en Friends, fue acosada por Cunanan alguna vez?. ¿Por qué nos lleva a hablar de un evento tan aislado y sin repercusiones cuando las víctimas y lo que representan socavan otras creencias de la sociedad estadounidense?
En el último episodio, hay una sensación recurrente en las escenas: ¿por qué esperar que matara a alguien famoso para tener que detener a este criminal?. Queda claro que Cunanan no era prioridad para la policía, pero mucho menos sus víctimas (sin importar todo el dinero que tuvieran). Entonces el conflicto de estos personajes, criminales o no, era el del poder de la fama y no el de su homosexualidad.
La estructura del contraste en la serie nos hacía percibir esa forma tan desigual de ver al mundo: Gianni estaba enfermo, al igual que Ronnie, el amigo de Andrew; solo que uno era protegido y el otro en estado deplorable y cuestionado por los federales. Las declaraciones de Jeff Trail a la hora de hablar del ser homosexual en el ejército son grabadas en un motel, con la cara tapada y la voz distorsionada para “protegerlo”; mientras que Versace da una entrevista para Advocate donde revela su homosexualidad y su relación con Antonio. Vemos lo difícil que fue para David asumirse frente a su padre (y esperar a tener un reconocimiento para poder hacerlo), mientras que para Gianni esto no era importante. O el desprecio del sacerdote a Antonio en la iglesia al dar el pésame a la familia de Versace, puesto que Antonio ya había perdido su posición de poder. Incluso la escena final, donde vemos la capilla dónde están los restos de Gianni versus el cementerio de Cunanan. En conclusión, sin dinero, no eras nadie en los noventa. Y aún peor, sin dinero, es mejor que no seas gay ni mujer. ¿Eso ha cambiado?
Conversación entre dos espectadores al final de la serie:
—¿Viste el capítulo de Donatella? ¡Era brava la mujer!
—Y te fijaste que la pusieron igual de fea que a Donatella.
—Ni tanto.
—Claro, con dinero no hay mujer fea.
—Ni hombre tampoco.
Apenas acabó la serie, los espectadores empezaron a apuntar hacia la calidad de la investigación. Salen a la luz los registros fotográficos y audiovisuales para compararlos con las actuaciones y escenas. Pero más allá del escándalo, hay otro punto importante en el que se escala dentro de la serie: el vínculo que las mujeres tienen con el poder. Esa reivindicación no tan evidente de la figura femenina parece perderse en medio de los intríngulis de la investigación del asesino.
En el tercer episodio, interpretado de forma impecable por Judith Light, conocemos a Marilyn Miglin, la esposa de una de las víctimas de Cunanan: Lee Miglin. Ella, encargada de un negocio de perfumes que crea y vende con mucho éxito a través de la Teletienda, es una mujer de negocios, reconocida, independiente, adelantada a su época y que está entregada absolutamente a su marido. No sabemos, o nunca logramos definir si ella conocía de la otra vida de Lee (o si le importaba); pero si algo queda claro es el absoluto agradecimiento y amor que siente por ese hombre que siempre la ha apoyado en su evolución. Que la impulsa y cree en su negocio.
Muchos dirán, en estos tiempos excesivamente correctos, que eso no es una visión reivindicativa de la mujer. Y yo, por el contrario, pienso que esta mujer es un personaje agradecido ante la persona que confío en su evolución profesional ajena a la de él. La apoyaba como a una compañera y no desde la deslealtad, la lástima o la competencia. Este respeto, subrayado en la serie y que no sabemos qué tanto tiene que ver con la vida real, es una interesante manera de hablar de esta otra voz silenciada en la época.
En el episodio final, Marilyn cuenta con dos grandes escenas: una transmisión en la que narra de forma bastante conmovedora (y haciendo gala del mercadeo emocional) la promesa que se hizo de llevarle el perfume a su madre si aún viviera, y que en el desarrollo del guion conmueve a Cunanan llevándolo a llamar a su padre pidiendo ayuda. Y otra en la que la policía le dice que corre peligro, le ponen protección y ella no quiere. Es en su voz que entendemos, sin tener que ser evidentes, que pudieron haber evitado los crímenes de Cunanan de haber investigado a los otros homosexuales. Porque insisto, el hecho de que Lee sea o no gay, es poco relevante para su competencia como profesional y mujer. Es en este momento cuando ella, desde una voz minoritaria, desde la desigualdad del ser mujer, se pone a la par de su difunto esposo. Andrew Cunanan es una pesadilla porque mata a aquellos que no tienen a la ley de su parte para defenderse.
Luego está Donatella. Vista también desde la sombra del hombre, del hombre gay, que le da la mano y la ayuda a surgir en medio del negocio. Son pocas las apariciones de Penélope Cruz en la serie, a pesar de su buena interpretación (la forma de caminar y el acento, son grandes logros). Pero uno de los últimos episodios está dedicado a ella, donde se revive aquella famosa escena del vestido de cuero en la alfombra roja que tanto causó revuelo y la hizo estar en la boca del show business. En ella vemos esta cabeza del negocio, familiar, pensando en lo que le conviene o no a la hora de vender vestidos. A ella no le interesan las reivindicaciones sociales, a menos que estas traigan consigo un bienestar económico para el imperio Versace. Ella construye su confianza a partir del apoyo de la familia, más que del hombre. Y esa independencia, nacida desde la inseguridad, apartando a Gianni, a Antonio. Ella quiere que atrapen al asesino por un tema de justicia, pero no porque se sienta como Marilyn. Al contrario, pareciera que para ella el origen del problema está en Antonio y en la homosexualidad de su hermano.
Luego nos vamos tropezando con otros personajes menores: Liz Coté, la mejor amiga de Cunanan, mujer acomodada, aburrida de su cotidianidad, que vivía pequeñas aventuras sin trascendencia a partir de la osadía de Andrew con los hombres pero que lleva una vida tradicional a sus espaldas: esposo, hijos y el comportamiento de cualquier mujer burguesa. Sin embargo, es a partir de ella, con la que logramos entrever a un Cunanan más real y cercano al adolescente sin poses que se va transformando en ese criminal.
Posteriormente aparecen la encargada del hotel que, víctima del encanto de Cunanan le deja las mejores habitaciones; la mujer policía que trata de seguir la investigación a pesar del machismo del cuerpo policial; la doctora que entra a apoyar a la madre de Cunanan sospechando que es víctima de abuso doméstico y por último Mary Ann Schillaci, la madre de Andrew. Ella es la antítesis de lo que significan Donatella y Marilyn. Se deja arrastrar por las aspiraciones de los hombres de su vida: su marido y su hijo menor, Andrew. Es un personaje sin alma, sin fuerza vital, capaz de creer que su avance es proporcional al de estos hombres. Cree en sus promesas y es incapaz de ver una oportunidad de cambio sin ellos. Solo le queda verlos morir.
American Crime Story: The Assasination of Gianni Versace consigue esta temporada sobrepasar lo banal y profundizar en una serie de errores y prejuicios de la sociedad que, aunque parezca ajena, son vigentes. En tiempos donde las redes sociales nos exponen de cara al mundo, y nos vende la falsa sensación del éxito, se agudiza esta necesidad por el narcisismo y la lucha ante el éxito. En la serie sólo nos muestran cómo el problema no sólo es el medio, sino el fondo. Claro, todo este despliegue reivindicativo solo se puede entender si el espectador, independientemente de su género o sus preferencias, se libere del prejuicio y no la vea pensando: pues mira, otra serie más de gays.