El feminismo en el siglo XXI ha luchado no solo por la igualdad salarial y de derechos sociales, sino por la libertad sexual de las mujeres. Sin embargo, más allá de la obviedad –desgraciadamente no tan obvia– de que toda relación debe ser consentida por ambas partes, ¿qué pasa cuando, por ser tan libres sexualmente, por dar más autonomía y libertad en una relación, estamos dejando a un lado la emoción y perpetuamos hábitos psicológicamente destructivos?
Cualquiera que sea la libertad por la que luchamos, debe ser una libertad basada en la igualdad, decía Judith Butler. Lo que algunas veces se obvia de ciertas libertades es esa responsabilidad emocional que es hacerse cargo del otro. Eso que llamamos igualdad dentro de una relación de pareja, de amistad, abierta, paralela o poliamorosa, y pare usted de contar todas las etiquetas que debemos tener después de haber convenido follar: querernos, acompañarnos.
Y ustedes dirán, ¿y cómo hemos llegado a hablar de esto? Pues bueno en el momento en que el sexo ha dejado de ser tabú y la emoción amorosa ha comenzado a serlo. Porque la libertad sexual conlleva límites de respeto para no generar abusos psicológicos. La libertad sexual conlleva comunicación, valentía y madurez. No todos la tienen, muchas de las parejas en la actualidad llegan a acuerdos implícitos que no son claros debido a la cobardía a verbalizar y el miedo a la pérdida. Además, aplicaciones digitales como Tinder aumentan ese sesgo, crean ese falso manifiesto de libertad sexual pal darle más valor al sexo transaccional que al compromiso de la pareja; sin embargo, genera nuevos problemas de comunicación y creación de vínculos afectivos.
Amor y libertad pero, ¿hasta dónde?
En Venezuela, hace unos meses, se abrió el debate sobre el abuso psicológico y por qué no se les cree a las mujeres que lo denuncian. La respuesta es fácil: no existe algo más efímero que la idea de que otro, con sus ideas, corrompa la mente de una persona.
El problema es casi intangible de ver, a diferencia del ojo morado de un puñetazo o una ETS adquirida por algún amante que miente y se acuesta con varias o, simplemente, se vive en un país con leyes pero sin instituciones que funcionen en la protección de los derechos de la mujer (recordemos el caso de Linda Loaiza llevado a la Corte Interamericana).
En una crónica publicada por la analista venezolana Naky Soto se explicaba: “Hace pocos años asistí a la reunión de varias mujeres que salieron en simultáneo con el mismo hombre, uno que incluso ahorró palabras (les enviaba los mismos mensajes a todas), que no se tomó fotos con ellas, que no las presentó como sus novias, que se impuso y tuvo explicaciones razonables para lo que no estaba bien, y que, ante la evidencia de su culpa, apeló a una ficticia fragilidad emocional”.
La crónica de la comunicadora me recuerda que siempre hablamos de violación pero nunca consideramos que muchas de las relaciones consensuadas se convierten en tóxicas cuando una de las dos partes no habla con claridad y abusa de la confianza y el amor del otro, generando una gran cantidad de irrespeto, que a su vez puede derivar en abusos psicológicos tanto por el maltratador como por la opinión pública si acaso llega a ser denunciado. Recordemos que el antifeminismo es una masa de gente que no solo ha ido en contra de los matices sino de la presunción de culpa y que sus fanáticos necesitan códigos y consignas que no admitan ningún tipo de objeción contra lo que se cree inamovible, como diría la filósofa alemana Carolin Emcke.
Quizás la respuesta para entender qué nos pasa está en la responsabilidad afectivo-sexual de las partes en cuestión y en los roles de sexuales y de género. ¿Por qué dejamos que esto se nos salga de las manos? ¿Por qué si sabemos que el otro no pretende una relación y sus compromisos seguimos en ella? ¿Por qué el otro no acepta dejar la afectividad que brinda la pareja o la relación y se va, especialmente si el amor, el cariño o el sexo se han acabado? ¿Por qué llegamos al maltrato psicológico y físico? Las mil y una preguntas.
¿Qué podemos hacer ante la falta de responsabilidad emocional? ¿Qué podemos hacer ante el abuso psicológico?
La violencia de pareja contra la mujer tiene carácter universal, complejo y multidimensional, así me lo explican los informes revisionistas publicados en España en 2013 que cita la filósofa y sexóloga Loola Pérez en su libro Maldita feminista (Seix Barral, 2020): “en la mayor parte de los casos la violencia contra la mujer en la pareja comienza al principio de la relación, que una vez aparece tiende a ir a más y que se prolonga en el tiempo por la pasividad del entorno social y la dependencia económica y/o emocional de la víctima”.
Encontré otra respuesta, quizás más personal y emocional, en un artículo de Gabriela Wiener en el New York Times donde explicaba cómo su relación poliamorosa, esa que había creado como un tótem del nuevo amor en el siglo XXI, tampoco llegó a funcionar: “Ningún formato de relación, por muy alejado de lo socialmente aceptado que esté, equivale a establecer relaciones más justas, esto es, más igualitarias y no violentas: el tema no es el tipo de relación, sino la reflexión que te permite salir del bucle, de las experiencias repetidas que han estado causando desencuentro y dolor en quienes amamos. Hay gente, por ejemplo, que usa las relaciones abiertas para justificar su propia ineptitud emocional y su incapacidad de hacerse cargo”.
Tanto en Latinoamérica como en España existe un repositorio de leyes contra la violencia de género, así como normativas que sancionan el acoso sexual y el acoso laboral, hasta sanciones específicas contra el acoso callejero y la difusión de imágenes íntimas por medios digitales. Sin embargo, si ya sospechas que una relación tóxica ha pasado a ser de abuso psicológico, lo primero antes de realizar una denuncia es hablarlo en terapia psicológica, levantar la autoestima y verificar que estás siendo sometida a gaslighting o abuso psicológico; contar con el testimonio de un terapeuta asienta bases legales. La libertad sexual se nos otorgó sin problemas como derecho, sin embargo, como todo, hay un límite para no rayar en el abuso.
Ejercer una libertad sexual seas hombre o mujer no es la antípoda de la responsabilidad afectiva, al contrario, enlazar ambos conceptos es obligatorio en tiempos donde se quiere romper con la fantasía del amor romántico, ya que es la única forma de que las relaciones libres sean sanas en la práctica, no solo en teoría. Una libertad sexual y afectiva es una posibilidad de independencia, de mejorar la comunicación y las relaciones humanas a futuro; no una forma más de abuso, de irrespeto y opresión.