Si te asomas a una librería seguramente no te sorprenda encontrar una larga lista de títulos sobre sexo firmados por youtubers, sex bloggers, ilustradoras o escritoras. Más allá de que leer sobre sexo hace mucho que dejara de ser tabú, semejante boom constata el interés de muchas influencers de relanzar su carrera añadiendo en su trabajo la palabra ‘sexo’. Aparentemente suena inofensivo, pero lo cierto es que esta tendencia se presta a una ineludible controversia: el intrusismo profesional.
Basta con echar un vistazo para darse cuenta de que la gran mayoría de estas influencer, recomiendan, aconsejan y hacen divulgación sobre sexualidad sin tener conocimientos en sexología ni estar acreditadas profesionalmente para ello. Para quien no lo sepa, la sexología es una disciplina científica y humanística, que estudia el sexo y la sexualidad en sus dimensiones bio-psico-sociales. Si bien como disciplina, no tiene actualmente un colegio profesional que la represente, sí está regulada a través de estudios de postgrado y por tanto, orientada al ejercicio profesional.
En razón de lo anterior, no seré yo la que les prohíba hablar de sexo o juzgue su actitud como pecado, pero sí la que advierta de que una cosa es opinar de sexo y otra muy distinta es dárselas de experta, creyendo ingenuamente que están capacitadas para asesorar, acompañar e incluso tratar casos que requieren de un planteamiento científico y un abordaje clínico.
Ha llegado el momento, pues, de poner este tipo de libros en cuarentena. Por persuasivas que sean sus autoras, no todo vale cuando hablamos de sexo. Da igual la cantidad de manuales y libros sobre sexualidad humana, enfermedades de transmisión sexual o prácticas eróticas que aseguren que se han leído. Hacer sexología es más que poseer una serie de conocimientos, implica también el saber aplicarlos adecuadamente y en diferentes contextos, poseer una serie de competencias y habilidades, establecer derivaciones a otros profesionales si fuera necesario, seguir un código deontológico… Ser autodidacta está bien, pero no basta para hacer sexología. El conocimiento teórico por sí mismo no capacita. ¿O acaso crees que una persona que lee sobre arquitectura y edificación puede ponerse a continuación a hacer un rascacielos? Obviamente la respuesta es no.
Otra cuestión que no puede pasar desapercibida es que a menudo la información que transmiten está distorsionada o presenta sesgos. Recuerdo que hace unos meses una conocida influencer hablaba de ‘orgasmo cervical’ sin ningún tipo de evidencia científica. Por si fuera poco, ni siquiera consideraba la importancia de la fisiología, pues el cérvix o cuello del útero se encuentra más alto en el canal vaginal cuando se ovula y más bajo cuando se acerca la menstruación. Su falta de información añadía no solo falsas expectativas a la estimulación del cérvix sino también podía añadir mucha frustración a aquellas mujeres o parejas que quisiera estimularlo, dado que podría resultar imposible o incluso doloroso. No contenta con eso, ofrecía asesoramiento a sus seguidoras sin formación, sin valorar su historial médico y sin descartar patologías. Sin duda, ejemplos como este son una forma de aprovecharse de la ingenuidad de la gente y jugar con su salud y bienestar sexual.
Muchas sex influencers transmiten información desde una actitud pseudocientífica, patologizante o incluso esotérica. A ello hay que sumar que prescinden de una visión científica y en numerosas ocasiones son incapaces de interpretar informes, estadísticas y estudios. El resultado de esto es que contribuyen al mantenimiento de los estereotipos y la generación de falsos mitos. Además, provocan que los conocimientos sobre sexualidad lleguen al público o bien de una manera impositiva, favoreciendo la ansiedad y la frustración en las personas, o bien como un teléfono roto, alimentando entonces la desinformación.
También se puede identificar actitudes que son ciertamente vergonzosas, pues el tratamiento de ciertos temas, al prescindir de un anclaje profesional, se aborda desde su propia experiencia o gusto personal. Por ejemplo, pueden criminalizar fantasías o prácticas propias del BDSM justificando que para ellas eso es ‘violencia’ o una expresión propia del ‘machismo’. Todo esto pone sobre la mesa que no valoran la importancia de la evidencia científica, que prescinden del rigor metodológico y que no asumen el hecho de que la diversidad es inherente a la sexualidad humana.
La próxima vez que quieras leer un libro sobre sexualidad, mira quién firma y piénsalo dos veces. Del mismo modo que no dejarías a un dentista hacer la instalación eléctrica de tu casa, no te conformes con una influencer que habla de sexualidad sin un criterio y garantía profesional.