¿Por qué esperar que Don cayera miles de pisos hacia abajo en Madison Avenue y se suicidara? ¿o esperar que Peggy quedara sola y amargada, Sterling siguiera infeliz, Peter frustrado o que Joan se hubiese convertido en una mujer florero estigmatizada por sus deliciosas curvas? Nadie porque hay gente que quiere eso, pero es que hay gente a la que no le gustó el capítulo final de Mad Men.
Weiner no nos quería hacer sufrir, ni tenía sentido que lo hiciera teniendo en cuenta lo que había tejido para nosotros en los últimos capítulos de la serie. The end of an era es la clave de los cambios a futuro en los personajes de Mad Men, donde Weiner va llevándolos a un lugar más estable, teniendo en cuenta la naturaleza de cada uno, dejándolos ser leales a sí mismos. Este capítulo de cierre no podía tener cambios efectistas estilo Game of Thrones porque sencillamente eso no es Mad Men, esta serie es un bolero acompasado que lento pero seguro llega a su cauce.
El río de Mad Men, comenzó hace 7 temporadas en el verano del 2007 cuando detrás del humo de un Lucky Strike conocimos a Don Draper, ese hombre perfecto que destilaba éxito en cada uno de sus pasos, especialmente dentro de una pequeña agencia de publicidad llamada Sterling-Cooper. Sin embargo, algo en Don nos hacía dudar en la admiración.
Esta duda, luego de casi 10 años de serie, dos ex esposas, millones de dólares, cuentas publicitarias famosas, cientos de amantes, 3 hijos y muchos old fashioned y cigarrillos Lucky Strike quedó disipada. Don Draper se reflejó en la otredad, en el discurso de otro hombre que él mismo hubiese abucheado en otras oportunidades, y mejor aún, ese hombre y él se encontraban en un sitio inesperado para la naturaleza de Draper, un retiro hippie en California.
Todos los personajes ya se iban encauzando dentro del río «madmeniano» de la séptima temporada, mientras Don seguía errático, impredecible, inconforme como siempre, buscando respuestas donde no las había: una camarera en NY, un road trip anónimo y ese deber ser del sueño americano, el éxito.
Es así como Don llegó a California -a un retiro espiritual como excusa circunstancial en la narración de su historia-, donde un doppelgänger emocional le dijo que no estaba solo, que ese sentirse extranjero dentro de su propia vida no eran sentimientos únicos de Dick Whitman, que él pertenecía a una especie que no estaba destinada a desaparecer. Y fue allí, cuando Don escuchó, como siempre lo había hecho, se volcó en su pertenencia íntima y sonrió, acabando con una serie que nos sacó lágrimas a todos…porque nadie quería sonreír, ni despedirse de nadie.