Luego de un acto de grado algo sombrío, todos decidimos en secreto asistir a un club de strippers.
Estas inquietudes eróticas nocturnas suelen ser las típicas asociadas a un salón de clases, mayoritariamente masculino, en donde se cumplen esos cientos de salidas a beber luego de clases, luego de pautas; gastando lo poco o mucho que cada quien tenga y dejándolo en mesas metálicas o de vidrio donde se refugiaban pocas propinas y marcas circulares de botellas de cerveza.
Al compartir millones de historias retratando al complejo de Peter Pan, de la majestuosidad de las primeras películas de Star Wars o Indiana Jones y proyectar mis comentarios acerca de una que otra película intensa, adjetivo con el que me categorizaban, las charlas de vez en cuando pasaban a dedicarse al tema de los culos femeninos.
Algunos eran asiduos a los clubes de las chicas, otros no tanto, quizás por razones económicas. Nuestras conversas se convertían en diálogos cercanos a los foros aristotélicos donde debatíamos los temas turísticos de la noche con mucha pasión y energía. Es así que con cientos de birras alcanzadas, nunca definiamos una fecha de visita a los clubes, quedando siempre en un veremos y con un sinsabor que finalizaban en las clásicas promesas rotas.
Es entonces cuando el acto de graduación se convirtió en el momento determinante, ese en el que sabíamos que nos dejaríamos de ver las caras.
Como algo fortuito decidimos salir a uno de estos establecimientos, uno de los más famosos y prestigiosos de la ciudad, si eso significa algo. Debido a que el acto era en la mañana, cada quien se fue a su casa con la instrucción del más experimentado, de encontramos en la noche con una de nuestras mejores pintas, ya que no podíamos desentonar entre los ejecutivos y chivos que asistían habitualmente a estos lugares.
Yo me aparecí en bluejeans, zapatos de goma y una camisa, tentando al destino y algún guardia que en mi mente no me dejaría entrar, aludiendo a que no estaría consonó a la elegancia de las luces de neón e hilos dentales del lugar. Nos conseguimos en un local de cervezas muy concurrido para el momento, donde la mayoría estuvo en silencio luego de compartir los hechos curiosos del evento de la mañana. El silencio marcaba el aceptar que por fin asistiríamos al preciado lugar del que hablamos sin cesar.
Solo dos coches eran nuestro transporte, nos dividimos y partimos en estas especies de cacharros heredados. El silencio continuó en el trayecto mientras escuchábamos Bohemian Rhapsody. Estacionamos lejos para que no vieran que llegábamos en esos vejestorios automotrices, sin embargo, nuestra suerte se vio truncada luego de que el vigilante del local puso mala cara al ver a la mayoría estaba vestida como yo.
De nuevo intervino el más experimentado, asiduo y reconocido del lugar, quien con unas palabras al oído del vigilante, logró que pasáramos lisos y sin problemas. Las luces de neón y la música romántica tipo Miguel Bosé en sus mejores momentos, marcaban la pauta del lugar. Las trabajadoras se dividían en zonas dependiendo de sus ofrecimientos corporales. Había espacio para todo, de hecho el sitio era tan grande que se prestaba inclusive para una «caimanera» de fútbol si así se deseaba.
Como suele suceder en estos locales, ajuro había que comprar una botella, de lo que fuese, pero había que gastar. No hay que pensar que nuestra estadía es brindada por los dueños sin por lo menos menear los hielos de uno de esos licores vendidos con evidente sobreprecio, ¿quién se va a quejar?
Decidimos comprar dos botellas de lo más barato que vendían, esa bebida rancia de nombre Carta Roja que ya es parte de mis favoritos debido a su precio súper económico y sabor cuasi a gasolina.
A nuestra atención llegó a una de las bailarinas. Tenía lentes de pasta, cabello negro, algo similar a una suicide girl bohemia. Sin duda desentonaba y eso le gusto a la mayoría del grupo. Tratamos de eludir la conversación que tenía uno de los compañeros con una de las pocas que se nos acercó, capaz porque éramos los más jóvenes, obviamente los más pelas bolas entre tanta corbata y dinero que llovía de las manos agrietadas y llenas de venas del resto.
Ella hablaba de cualquier cosa, mientras mi atención se dirigía a las nimiedades que contaba la noche, del pasillo que llevaba a unos ascensores al fondo de local en el que se sumergían colas de clientes que se dirigían a un destino mejor. Seguimos un rato más y buscamos a la bohemia cuasi hipster en algunos de los tantos tubos que se encontraban en el espacio, lamentando que seguramente en ese momento, le hacía un favor a algún viejito, que seguro con ayuda de cocaína, buscaba levantar al muchacho para poder laborar como debía.
Encima de mí, tenía un techo de cristal arriba, que cuando llegamos estaba como muerto, como si estuviera allí por alguna razón específica pero sus luces apagadas transmitían un aspecto lúgubre y de misterio que sería develado luego.
Sus luces de neón cenital fueron encendidas.
Aun contando con la compañía de la parlanchina que seguía con el puje de llevarse a uno de nosotros, mientras una teta se le venía escapando, ésta además de la teta, dejó entrever que estábamos en un buen sitio, ya que allí, la noche prometía ponerse buena con la serie de bailes encima de nosotros con las más jóvenes de local. Todos alzamos la vista ignorando aún más la presencia de la otra, e hipnotizados nos quedamos sin hablar, admirando esa vista cenital de un baile que parecía eterno.
El silencio entre nosotros, la música pasada de época y el baile de la señorita, me dejó pegado en el instante y, eventualmente, me quedé dormido en el sofá.
Desperté solamente para darme cuenta que ya todos estaban apagados y cansados. Decidimos irnos, luego de que por supuesto se burlaran de mi por quedarme dormido, situación que se repetiría posteriormente en mi vida.
Al irnos, el guardia de seguridad se despidió con una sonrisa, la cual aprobaba su pensamiento de que no duraríamos mucho por no contar con el dinero ni el aguante necesario que sí tenían ese poco de viejos asiduos.
Nos despedimos la primera vez al elegir los coches, hablando de otros encuentros y luego al dejarme en mi casa, continuando con promesas fatuas de reuniones, en veremos nocturnos llenos de neón.