Fotografía de portada de la obra Filuteria de Urzula Kluz.
Me fui 4 días a la playa con mi pareja. Yo venía de dos meses muy intensos: primero un mes en España enseñando en diferentes ciudades, y luego otro mes enseñando en la formación profesional Feldenkrais, más un reto online de bienEstar en que el que participaron más de 3000 personas, así que me urgían unos días de desconecte total.
Decidimos ir a la isla de Providencia, en el medio del Caribe, casi frente a Jamaica. Si quieres desconectarte, ese es el lugar, te lo súper recomiendo: no internet, no salidas nocturnas, no supermercados, la playa, el sol, el mar y tú. En el Caribe, el tiempo pasa diferente y la gente se maneja con otra lógica. Así que entramos en esa dinámica de lentitud y donde nada importa mucho.
Estábamos disfrutando cuando el domingo en la noche me baja la menstruación. De hecho, se me adelanta varios días, así que no estaba preparada. Llevo el control de mi ciclo, generalmente regular, en una app en mi celular y sabía que ese día no me tenía que bajar, pero me bajó.
En Providencia un domingo a las 9 pm no hay donde comprar absolutamente nada. Menos toallas femeninas. Así que le pedí a la encargada de la posadita donde nos alojaba si ella tenía algo que regalarme. Y sí, traía en su bolsa una toalla femenina. Pero cuando me la iba a dar se detuvo. Me dijo “espera”, la volvió a guardar y se puso a revolver en su escritorio. Hasta que encontró una bolsa oscura. Entonces la puso allí y me dijo: “tomá, llévatela aquí”.
Yo quedé en shock. Hace años que no uso toallas o tampones, sino una copa menstrual, así que hace años que no pasaba por la “vergüenza” de comprar, llevar y esconder las toallitas y, la verdad, se me había olvidado. Porque, admitámoslo, nos han dicho que es una vergüenza nuestra sangre y que tenemos que esconderla. Pero la recepcionista me lo recordó. Esa falsa creencia de que lo que nos pasa 28 días hay que esconderlo, llegó incluso a esa isla perdida donde solo habitan 5 mil personas. Allí también, al igual que en la ciudad donde tú vives, las mujeres se esconden para pasarse una toalla como si estuvieran vendiendo drogas, las meten en su bolsa y rezan que nadie las haya visto. Bueno, tal vez exageré, pero entendiste la idea.
Fotografía de portada de la obra «Quipu Menstrual» por Cecilia Vicuña.
Desde que uso la copa menstrual todo eso cambió para mí. En otro post te voy a contar todos los beneficios que me ha dado. Una copa menstrual es una copa de silicona que introduces en tu vagina y que recoge la sangre menstrual. Puedes usarla durante horas, no te ensucias y, lo más importante, te permite entrar en contacto con tu menstruación de una manera totalmente diferente. Con la copa, experimentas que tu menstruación es limpia y linda, te das cuenta de cuánta sangre eliminas cada día, y te conectas con la maravilla de tu ciclo.
Pero la copa es una herramienta para ello, ya sea que uses toallas o tampones (sinceramente no recomiendo ninguna de las dos opciones, que no hacen más que llenarte de químicos y convertir la menstruación en algo que pesa en lugar de un gozo), de todos modos te invito a que estés orgullosa de tu ciclo, de tu sangre y de tu feminidad. No hay nada de qué tener vergüenza. No hay nada que esconder. Al contrario, allí hay mucho poder y sabiduría que reclamar.De hecho, en muchas culturas ancestrales (como la kogi en Colombia, lakotas y sénecas en USA) encontramos el ritual de sembrar la sangre o sembrar la luna. Y la copa menstrual es perfecta para esto! Porque te permite tener acceso a tu sangre limpia y brillante, ver su belleza y ofrendarla a la tierra.
Según Brooke Medicine Eagle: “La sangre de luna (menstrual) de la mujer se halla entre las sustancias más nutrientes y bio-energetizantes de la tierra. Puesta sobre una planta, ésta se nutre en profundidad. Nuestras costumbres nativas proponían, durante nuestras ceremonias de siembra y nutrición de las cosechas, que las mujeres en su tiempo lunar se movieran entre las plantas y derramaran su sangre. Nuestras mujeres siempre dieron su sangre honrosamente. Se sentaban sobre el suelo y la donaban directamente o la derramaban sobre musgos que luego depositaban sobre la tierra, para nutrirla y renovarla. Se acompañaban con esta canción: <Entrego esta sangre de vida a todas mis relaciones y abro mi matriz a la luz. Entrego esta sangre de vida a todas mis relaciones y abro mi matriz a la luz. Entrego, entrego, entrego, entrego; abro mi matriz a la luz>.”
Así que te invito a que ya no te escondas, sino que te enorgullezcas, no la tires, sino que plantes tu sangre. Que, además, es un gran fertilizante! Le vas a estar dando nutrientes a la tierra y a tus plantas, conectando con tu feminidad, y algunas dicen, sanando todo el linaje femenino. Yo lo hago, anímate tú también.