A mis 12 años pensaba estar casada a las 25. A los 25 sufría por no tener una pareja realmente estable y ahora a los 33 simplemente debo explicar, educadamente, a algunas personas vieja escuela por qué soy la única de mis amigas que no tiene pareja estable.
En este cambio de los 32 a los 33 años fue cuando me encontré en un grupo de whatsapp -donde la mayoría de sus integrantes eran hombres- respondiendo por qué no me conocían un novio constante. Mi respuesta clásica, la cual mantengo fue: “No he encontrado a una persona que yo le guste tanto como ella a mí”. Mis palabras fueron juzgadas de inmadurez, de creída, que las mujeres inteligentes siempre creen que merecen más, que terminaría rodeada de gatos, etc, etc, etc. Más allá de la anécdota, seguimos viendo a una mujer sola como algo “raruno”. No solo dentro de un grupo de hombres puede pasar esto. Días después una amiga me decía: “Pero si tienes mucho tiempo libre mejor búscate un novio, ya estás en edad, si el trabajo no cubre todo tu tiempo, debes buscarte un novio”.
Solterona, ¿y qué?
Semanas después de escuchar esos comentarios explosivos llegó a mis manos el libro Solterona de Kate Bolick. El título devela una crónica íntima llena de estadísticas e historias reales. Bolick emplea relatos personales, junto con las historias de cinco mujeres famosas dentro del movimiento feminista, para concretar narrativamente, lo difícil que es romper con los estigmas de la soltería. La articulista americana plantea una simple premisa: haz con tu culo lo que te plazca, haz lo que te haga más feliz como mujer sin pensar en todo lo que nos han dicho que debemos hacer, crea un mundo para ti primero antes que para otro. Bolick no nos cuenta nada nuevo, Virginia Woolf y otras mujeres ya lo habían dicho, pero debemos ratificarlo constantemente.
En Solterona su autora plantea que la era digital y la economía global han dado un paso a favor de la soltería femenina. Somos masa productiva para la economía, somos cool si estamos solteras, a diferencia de lo planteado en épocas de post guerra, donde las solteras eran perseguidas y estigmatizadas para darle nuevamente espacio al hombre que regresaba al modelo productivo. La investigación de Bolick no solo incluye datos positivos, también demuestra cómo mantener un mercado a costa de excluir a la mujer por pensar qué es distinta anatómicamente; por ejemplo, las féminas usaban corsé porque se pensaba que respiraban diferente que el hombre. Esa prenda femenina puede actuar como metáfora: seguimos apresadas en el qué dirán.
Bolick también reflexiona acerca de cómo los cuentos y leyendas han hecho mella en nuestra psique para el mal de la soltería. Solterona plantea ejemplos claros de cómo algunas mujeres han querido vivir la aventura como en La Sirenita, ese personaje curioso que deja lo establecido por conocer mundo y llegar a vivir situaciones nuevas, sacrificando su voz para ello. Sin embargo, al leer lo que se planteaba en Solterona recordé que este no era mi caso. Yo leí los cuentos de Perrault pero fue Disney quien se quedó en mi cabeza. No está mal pensar que La Sirenita termina felizmente casada con el príncipe en vez de morir y convertirse en espuma cuando tienes 7 años, pero eso se te queda allí, grabado. A diferencia de lo planteado en Solterona, hay una generación que creció soñando con ser princesa y casarse con el hombre ideal por estas referencias narrativas edulcoradas que marcaron nuestra psique.
Kate Bolick en Barcelona
En un encuentro en Barcelona con Kate Bolick realizado por la editorial Malpaso, la autora destacó las diferencias entre la soltería masculina y la femenina a través de las diferentes imágenes que se han difundido en los medios. En mi cabeza quedó una imagen mítica: James Dean, fumando y caminando por la calle. Bolick destacaba que si buscabas en Google no hay ejemplos de mujeres que estén caminando pensativas por una calle sin más nada que hacer que disfrutar de su cigarrillo o de la vista. La imagen vendida de las solteras en la actualidad es que son objetos del deseo -en el mejor de los casos-, que además son neuróticas o que viven para hacer algo, ayudar al otro, trabajar para otro. Siempre se les recuerda el verbo hacer.
En el mismo encuentro, la autora también comentó sobre la falta de modelos a seguir. Los medios de comunicación no le han dado visibilidad a la mujer soltera, todavía sigue siendo tabú dentro del target de la población más conservadora.
Hacia dónde vamos como mujeres, debe existir un destino predeterminado: ¿naces, creces y te casas? ¿Y si no fuera así?