Cuando el porno se reinventó para la mujer

La pornografía, el porno, se reinventó para comprender a la mujer e incluirla en el mercado que también consume porno y lo disfruta.
Les Valseuses (1974)

La pornografía es una palabra incómoda o al menos un tabú con el que se debe luchar pues forma parte de la psiquis colectiva. Porque el sexo vende. Eso nadie lo duda. Y la industria del deseo  lo descubrió muy pronto. El sexo como necesidad, el sexo como búsqueda de esa frontera entre lo íntimo, lo público y lo insatisfecho. Por ese motivo la pornografía, el porno, siempre ha sido  un negocio rentable, incluso cuando carecía de nombre, cuando era solo una manera de saborear lo prohibido a una distancia prudente.

Después de todo, el sexo que muestra la pornografía es una ventana hacia todo tipo de fantasías privadas e inconfesables. La imagen de una pareja teniendo sexo — sin la concepción del sexo emparentado con el amor  romántico— nos hace a todos un poco voyeristas, partícipes de una gran orgía que nadie acepta públicamente. Somos moralistas, eso hay que aceptarlo, y la mejor prueba de eso es que la pornografía aun sea un concepto que provoque sobresaltos, que impresione e incomode. Nadie quiere admitir que consume porno, aunque lo más probable es que lo haga y mucho más por curiosidad que por una “versión perversa” de la sexualidad.

Pintura del artista francés Paul Avril (1849-1928), quien se dedicó a la ilustración erótica.

Si el propósito de la pornografía es provocar — aunque parezca que sólo es el vender y crear un hábito de consumo sobre lo sexual como objetivo — no sorprende que, de vez cuando, se defina a la pornografía como arte, aunque su propósito no sea estético. Pero ¿no es el arte la definitiva rebelión contra lo impuesto? ¿No es la necesidad artística una mirada dura sobre la realidad y el hombre? ¿Y qué otra cosa es la pornografía sino abrir el último velo, descubrir la sencillez de la carne, del gemido y del deseo? Habrá quién pueda escandalizarse por la idea, pero la pornografía sacude, retuerce el rizo de la sexualidad, de la naturaleza humana. Sí, el sexo crudo vende, pero también es una moraleja, un mensaje elemental sobre lo que somos. Instinto sin retórica, el cuerpo humano como herramienta de su propia filosofía. Un reflejo — casi involuntario — de las transformaciones culturales que definen la sexualidad en nuestra época. 

Y quizás por ese motivo, la pornografía se reinventó para comprender a la mujer e incluirla en el mercado que también consume porno y lo disfruta. A pesar de los estereotipos que maneja la pornografía y el hecho que la mayoría de la industria no había visibilizado el peso del público femenino, este forma parte de una considerable estadística.

Uno de los libros de la serie Arlequín

La sexualidad femenina no es un concepto sencillo. Mientras que la sexualidad del hombre se asume como genital, la de la mujer se interpreta de una manera distinta que se basa, en esencia, en su forma de asumir los matices de lo sensorial y lo sexual. Tal vez por eso la antigua frase que insiste que el hombre cuando sufre mata y la mujer se mata. A simple vista, el hombre asume lo esencial del sexo como frontal, evidente, sin secretos. Sexo por sexo. Pero para la mujer, el sexo es una disyuntiva, un matiz de piel y emociones, donde se entrecruzan la sexualidad con la sensibilidad, lo erótico. De manera que la pornografía tuvo que reorganizar piezas, reconstruir lo esencial para asumir a ese nuevo público que el siglo XX y XXI le proporcionó. La ávida y recién descubierta sexualidad de la mujer.

La pornografía para mujeres es, más que una reinvención de la pornografía como concepto, un replanteamiento de lo que se considera pornográfico. No es casual que la primera vez que se utilizó la palabra “pornografía” asociado al mundo femenino no fue en imágenes, sino entre las páginas de un libro. En 1978 Snitow, crítico literario, insistió en que los conocidos libros de romance para mujeres de la serie Arlequín no eran otra cosa que pornografía para mujeres. A pesar del pánico que causó la idea entre feministas y conservadores, la idea estaba clara. La sexualidad femenina es a diferencia de la masculina, compleja y sensorial. La excitación proviene no solo de lo que se mira, sino además de lo que conmueve. De manera que las novelas, con sus tórridas escenas descritas con una meticulosidad enfermiza, eran la puerta abierta hacia esa necesidad del sexo por sexo, pero a través de una visión mucho más intrincada que el simple porno de genital contra genital. Ya lo decía Peter Parisi, que incluso antes que Snitow analizara el romance literario barato como una forma de porno exclusiva para las mujeres: los arlequines son “esencialmente la pornografía para personas avergonzadas de leer pornografía “. En otras palabras, el sexo  — sea descrito en palabras o en imágenes — complace el morbo, pero también, a la promesa del romance. Todo cubierto entonces, con respecto al sexo por el sexo. La mujer lectora, conservadora y tímida, sonríe desde las sábanas.

La pornografía en general está pensada para hombres y creada por hombres, eso nadie lo duda. ¿Pero qué ocurre cuando se dirige hacia la mujer? ¿qué pierde y qué obtiene el replanteamiento de la visión más básica de la sexualidad? La respuesta parece tenerla Erika Lust, una sueca afianzada en Barcelona y que es una de las pioneras del porno para mujeres. Pero lo que Lust muestra no es una visión idílica del sexo o que el romanticismo suavice el lenguaje frontal de la pornografía. La directora, confesa fanática del porno, asimiló lo esencial de la cultura del sexo crudo y lo reformuló a su conveniencia. Lust analiza la pornografía para mujeres no como una reconstrucción del mito erótico  sino como una manera de satisfacer esa complejidad sexual femenina. En sus palabras, la búsqueda planteaba algo más profundo “Cuando vi porno por primera vez, había algo en las imágenes que me excitaba, pero también muchas cosas que me molestaban. No me sentía identificada en esas películas: ni mi estilo de vida, ni mis valores, ni mi sexualidad aparecían por ninguna parte”. Y es que para Lust la idea solo tenía una manera de expresarse: la sexualidad femenina asume su frontalidad — el deseo en estado puro — pero también esa necesidad de mezclar todos los matices de ese mundo desigual de lo erótico pensado para la mujer.

porno femenino Erika Lust
Erika Lust durante la filmación de una de sus películas con su productora Lust Films.

Las películas de Erika Lust, por tanto, no son simples actos de voyerismo. Son propuestas donde la historia posee la suficiente profundidad para que el sexo sea una parte del lenguaje y no solo, una muestra de lo evidente. Y es que la pornografía para mujeres engloba ese misterio de la lujuria femenina.

La reivindicación de lo femenino llegó esta vez desde el ángulo más inesperado: una sexualidad agresiva y abierta. Quizás el cine porno para mujeres  sea una señal que la antigua guerra de los sexos dejó de enfrentar al hombre y a la mujer como antagonistas naturales. Ahora cómplices, el sexo abre el camino y elabora un nuevo lenguaje de liberación de los géneros y los prejuicios. La batalla de los sexos llevando la lujuria como bandera es quizá la nueva forma de expresión.

 

 

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